Me di permiso.
Me di un espacio, me atreví a dejar el control de lado (un ratito). Me permití no saber, no tener las respuestas. Me animé a explorar. Me morí de miedo, me sentí incómoda, me frustré, sí, pero lo hice igual:
Me puse a escribir (o bailar, o cantar, o componer, o hacer, o dibujar, o…) sin pensar en lo que saldría, sin ponerle expectativa. Todos mis adentros haciendo AHHH qué estoy haciendo?
Y algo surgió. Chan. Me sorprendí y me asusté un poquito. ¿De dónde salió esto?
Y ahora ese algo está fuera de mí. Ahora lo vi. Ahora puedo hacer algo.
Esto me interesa de la creatividad: Que es un músculo y que lo podemos entrenar. Que la creatividad nos ayuda en la tan necesaria capacidad de navegar la incertidumbre. Que ese permiso te gnera auto-confianza, poco a poco.
Tener un espacio, un mini hábito, alguna práctica constante que te permita conversar con vos misma a través de tu creatividad. Sacar lo de adentro y ponerlo afuera. Hacerlo visible, tangible. ¿Qué pasa cuando amputamos esas partes nuestras, esos canales de expresión? El costo es muy alto. Entre muchas otras cosas, nos quedamos sin la posibilidad de conversar con partes nuestras–partes que quieren ser vistas, que necesitan ser escuchadas.
Darnos permiso para jugar, crear y explorar no es inmaduro. Es lo más responsable que podemos hacer.
Deja un comentario