Ah… la vulnerabilidad.
Tan pegajosa. Tan incómoda. Tan impredecible.
¿A alguien le gusta esa sensación? ¿En serio? Y eso que soy la primera fanática de la vulnerabilidad, eh… pero ese momento, cuando estás en el borde, antes de dar el salto… ¡agh!
Pero esas sensaciones son el precio que pagamos por todo lo bueno que trae. La vulnerabilidad es el origen de todo lo que vale la pena: el arte, la conexión con otros, la alegría profunda.
Gracias a estos momentos —donde nos animamos a exponernos, con riesgo y sin garantía— conocemos la chispa de lo que significa estar vivo.
Si fuera más fácil… no sería tan interesante, ¿no?
Animarnos a ser vulnerables es el mejor regalo que nos podemos hacer. Pero me di cuenta de que es también un regalo a otro—el mejor regalo que le podés dar.
Cuando te animás a ser vulnerable, le das al otro permiso para ser vulnerable. Cuando te animás vos primero, ayudás a que otro también se anime. Expresate, y mirá como otro se expresa.
Así que gracias a todas las personas que se animaron antes que yo. Crearon, con su valentía, un espacio seguro para que yo también pudiera ser valiente.
No lo olvido: el coraje contagia. Siempre.
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