Después de que cayera la bomba en Hiroshima, los sobrevivientes se pedían perdón entre sí por haber sobrevivido:
“Lo siento dijo uno de ellos, haciendo una reverencia, mientras que la piel de los brazos se le descascaraba en tiras. Lamento que yo siga vivo y tu bebé no.
Lo siento le dijo otro, sus labios hinchados del tamaño de una naranja, a un chico que lloraba al lado de su madre muerta. Lamento tanto que no fui yo en su lugar.”
¿Cómo no creer en la magia? ¿Cómo no caerse de rodillas ante semejante humildad?
Me hizo acordar a un ejercicio que hace Chade-Meng Tan durante sus charlas. “Le pido a los miembros de la audiencia que cada uno identifique a dos seres humanos en el cuarto y que piensen: Deseo que esta persona sea feliz y deseo que esta otra persona sea feliz. Eso es todo. Les recuerdo que no tienen que hacer ni decir nada, solo que lo piensen… Todos salen de este ejercicio con una sonrisa, más feliz de lo que eran hace 10 segundos. Esta es la alegría de la bondad amorosa…”
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