Nunca me gustó el frío. Invierno, chau. Pero… recién en los últimos años empecé a querer un poco más el otoño.
Es que trae una belleza… y trae también mensajes muy sabios que me alivian (a mí y a mi corazón acelerado) un montón.
En una sociedad que nos convence que todo permanece igual, el otoño viene para romper con la ilusión de la permanencia.
Las hojas —con todos sus colores— nos recuerdan que el tiempo pasa, que nada permanece: ni las cosas como las conocemos… ni nosotros.
Nos recuerda que somos parte de ciclos.
Ciclos que además nos exceden. Hay algo muy mágico en este recordatorio. Recordatorio de que compartimos mucho con esas hojas que se transforman en colores y que se sueltan de las ramas.
También nosotros —humanos de carne y hueso— nos transformamos, nos demos cuenta o no. Tal vez no de forma tan notoria como las hojas de los árboles, pero sí de otras maneras, más sutiles pero igual de reales.
El otoño nos ofrece preguntas:
¿Qué nuevo ciclo está empezando? ¿Qué dejo atrás, qué elijo soltar, de qué me desprendo? ¿Qué llevo conmigo—para acompañarme, sostenerme, nutrirme cuando empiece el invierno?
Tal vez, desde donde me lees, las cosas son diferentes y sea primavera. Tal vez estás en la otra parte de este planeta extraño, donde el calor empieza a asomar—también con nuevos colores. Y no porque las hojas se caigan, si no más bien porque aparecen flores y brotes a la vida.
En ese caso, también te ofrezco estas preguntas:
¿Qué nuevo ciclo está empezando? ¿Qué dejo atrás, qué elijo soltar, de qué me desprendo? ¿Qué llevo conmigo, para acompañarme, sostenerme, ayudarme a florecer en este ciclo?
Y si tenés ganas de compartir(te), contame respondiendo a este mail.
Con mucho amor y hasta la próxima carta—
Sharon
PD. Por ahora me amigué con el otoño. Con el invierno me falta. #Paciencia
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