Una amiga me compartió su dilema. Empezaba la cuarentena y finalmente tenía tiempo. Quería volver a dibujar, pero le costaba elegir qué. Cada cosa que veía le parecía aburrida, mundana, demasiado cotidiana. No expresaba lo suficiente.
Pero es que, querida mía, no tiene que ver con el objeto que elijas dibujar. Tiene que ver con cómo lo mirás. Con tu forma –única, irrepetible– de verlo.
Saquémosle la presión de que lo que creamos tiene que ser grandioso, o comunicar un mensaje, o ser un símbolo de.
Estas son algunos dibujos que hice mientras durante los primeros días del cuarentenazo. Estoy encerrada en casa. ¿Qué cosa “grandiosa” tengo para retratar? ¡Nada! (Y todo, dependiendo de cómo lo miro. Ahre.) Todo es cotidiano. Además, ¿qué es algo “grandioso”? No existe objeto grandioso de por sí. Lo grandioso se lo otorga el acto. Es algo que le damos al objeto.
Lo que hago, entonces, es dibujar lo que tengo en frente: sin discriminar.
No importa el objeto, importa la mirada.
No importa el objeto; importa el disparador — el que sea — que te haga entrar en el proceso. Todo objeto puede ser una invitación, una puerta de entrada. No te resistas.
Y, de última, si ya pasaron tres semanas y seguimos encerrados y dibujaste todas las copas, platos, rollos de papeles higiénicos de tu casa, hay otras alternativas: buscá imágenes en libros, revistas, en internet.
Mi amiga resolvió su problema así: se propuso dibujar cada foto que tenía guardada en su instagram, imágenes de cuentas ajenas que por algún motivo u otro le habían llamado la atención. Sin discriminar.
Al final, lo que vale es estar en movimiento, en proceso. Es en ese estado donde el resto llega, encuentra su forma, se construye. El simbolismo, lo grandioso, lo que sea que estés buscando.
Pero primero te tiene que encontrar haciendo.


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