Cuando hablamos de cambios personales, me encanta pensar en esta imagen:
Me estoy subiendo a un tren.
El tren de la creatividad, del permiso, de la sanación, de la autoexploración—como quieras llamarlo.
Al principio, cuesta ponerlo en marcha.
No sé cómo funciona esta máquina. Va lento. El motor está oxidado, las ruedas también, no es el tren más fluido ni el más cómodo. Pero va, se mueve, avanza—a su ritmo.
No es el viaje más cómodo, no… pero tampoco es terrible.
Hay buenas vistas, estoy aprendiendo cosas nuevas, es una aventura que sé que después vale la pena contar.
Y con el tiempo, de forma casi imperceptible, me doy cuenta de que el tren agarró velocidad, impulso y que va en una dirección completamente alineada a la que quería ir.
La parte más difícil ya pasó. Es casi un recuerdo, de una etapa incómoda pero también extremadamente necesaria para llegar a este lugar. Y confieso, me da un poco de nostalgia y cariño pensar en esa etapa. Aprendí mucho.
Qué tremendo este tren al que me subí. Me siento cómoda y entusiasmada e inspirada.
Y la dirección en la que estoy yendo es diferente a la que iba antes, en otros trenes anteriores—y se siente increíble, porque es mi propio recorrido.
Y nada nada nada me va a hacer querer bajar de este tren.
Menos mal confié en mí y en mi tren ❤️ incluso cuando no era lo más fácil. Gracias eternas a esa yo del pasado, que incluso en el momento difícil, supo seguir ✨
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