¿Importa saber quién hace el arte que amamos?
Descubrí a Nguan a través de instagram. Desde entonces, sigo su fotografía con obsesión y mi corazón se revienta con cada foto suya que veo y reveo y vuelvo a ver.
¿Quién es Nguan? No lo sé.
¿Cómo se llama? No lo sabemos.
¿De dónde es? De Singapur.
¿Qué Singapur? El que se construyó él.
No encuentro un ejemplo más concreto que este de que un artista es quien tiene una mirada propia. Nguan, en muchas de sus fotos, fotografía su ciudad de origen, pero… ¿existe ese Singapur? Si yo viajara ahí, ahora, ¿vería lo que veo en estas fotos? ¿Esos tonos rosas, pasteles, esas miradas nostálgicas, esos espacios vacíos, mágicos?
No creo. Este es el Singapur de Nguan, solo de él.
Si yo fuera a Singapur, mis fotos serían otras.
Tendrían otros colores. Otras miradas. Otros encuadres.
Su Singapur no es mi Singapur.
Pero gracias a dios por su Singapur.
¿Qué haría yo sin este Singapur?
Nguan se mantiene bajo el manto del anonimato, pero no me importa quién es, cuál es su edad, qué cámara usa… Me importa solo lo que ve. Solo lo que me muestra. Me importa solo su mirada.
Una mirada que recorta al mundo y lo hace propio. Una mirada que separa una parte del todo, que la transforma y que después nos la regala. Yo con ese regalo, con esas imágenes, enriquezco mi mundo subjetivo, mi propia forma de seccionar el mundo, mi forma de caminar por la vida e interactuar con lo que me rodea.
No puedo pedir más de otro artista. Ese es el regalo de la persona que hace arte. Nos regala su forma de ver el mundo, y si nos identificamos con ella, la incluimos en la nuestra. Ampliamos nuestra cosmovisión.

Basta.
No puedo más.
Esto me hace mal.
Es demasiada perfección.
Y para terminar, las fotos que Nguan le hizo una de las fotógrafas que más me influenciaron, Petra Collins:
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